El delito prescribió pero su familia continuará investigando el caso hasta conseguir que se sepa la verdad. La madre de la víctima, de 87 años, exigió justicia.
El caso de Diego Fernández Lima conmociona al barrio porteño de Coghlan. Tras 41 años sin conocerse su paradero, unos obreros de la construcción dieron con unos restos óseos ocultos debajo de una medianera en esa localidad. El resultado de la investigación forense y el peritaje policial permitió, días atrás, la identificación de los huesos: pertenecían a aquel chico de 16 años que había salido de su casa una tarde de invierno de 1984 y del que no se supo nada más. Hasta ahora. Javier Fernández Lima, hermano del adolescente, habló en televisión y contó que su familia está impactada por las novedades. “Estamos mal. No entendemos nada”, dijo. Y aseguró que ahora buscan Justicia y esclarecer quién fue el responsable del crimen ocurrido cuatro décadas atrás.
Javier Fernández tenía 10 años cuando su hermano mayor desapareció, el 26 de julio de 1984. Recordó a Diego con cariño, describiéndolo como un pibe “bueno” que “iba al colegio y tenía amigos”. Destacó la pasión que tenía por el fútbol y en particular por el club Excursionistas, en el que jugaba en las divisiones inferiores.
“Necesito justicia por mi hermano. Por mi papá, que se murió buscándolo. Por mi mamá, por mi hermana, y por mí”, expresó con emoción. La búsqueda de la familia duró cuatro décadas. Su papá murió en 1991 durante un accidente de tránsito, también en ese barrio.
La descripción de los últimos detalles y los momentos previos a la desaparición de Diego, según sus recuerdos, coincidieron con las declaraciones que realizaron sus padres ante las comisarías y los medios de comunicación en aquel entonces: “Se fue de casa comiendo una mandarina. Le dijo a mi mamá que se iba a la casa de tal”.
Según consta en la denuncia policial realizada en 1984 por los padres, Diego tenía entonces 16 años y vestía pantalón de jean, campera azul y botas marrones. Ese 26 de julio fue a la Escuela Nacional de Educación Técnica 36 del barrio de Saavedra, donde cursaba el secundario, y regresó a la casa familiar de Villa Urquiza a las 14.45. Almorzó con su madre. Su papá estaba trabajando y sus hermanos estudiando.
Luego salió a dar unas vueltas en su moto, volvió a su casa, y nuevamente salió, aunque sin indicar con precisión su nuevo destino. “De improviso me comunicó que iba a la casa de un amigo y me pidió cambio para el colectivo. ‘Chau, hasta luego’, fueron sos últimas palabras”, contó su mamá en aquel tiempo.
Javier remarcó que la policía no cooperó para nada con la búsqueda de su hermano. Indicó que como Diego no volvía a su casa, sus padres se presentaron en la comisaría 39, pero no les quisieron tomar la denuncia, alegándo que se había ido “con una mina”. La Policía Federal Argentina (PFA) consideró en aquel entonces que se trataba de un caso de “abandono de hogar”.
En tanto, el hermano de Diego opinó qué pudo haber pasado desde la desaparición: “Para mí, como era saliendo de la dictadura, lo chuparon. Debía estar en la agenda de alguien, ser amigo de alguie, y lo chuparon. No había redes, había cuatro canales de televisión, no había cámaras. Mis viejos hicieron todo, mis primos, amigos del barrio… nos conocen todos. Y acá estamos todavía”, relató. También precisó que su familia había interrogado junto a la policía a “todos los compañeros del colegio y del club”, sin éxito.
Un dato que aportó durante la entrevista fue que un amigo de Diego lo había visto y lo saludó por última vez en las calles Monroe y Naón, en las inmediaciones de la casa en la que fueron encontrados 41 años después sus huesos enterrados.
“Iba en el colectivo y le gritó ‘¿qué hacés, Gaita?’, como le decían en el club. Sabíamos gracias a él que estaba por ahí. En ese momento estaban las vías del tren, no estaba el viaducto”, explicó. Además, negó conocer la casa donde apareció el cuerpo o a sus habitantes.